23 de agosto de 2022. Martes.
HOMBRE FALIBLE
HOMBRE FALIBLE
-Se admite que el hombre es falible, que es capaz de equivocarse; pero
parece que no así la técnica; de tal modo, que se pretende marginar al hombre y
darle en cualquier caso todo el protagonismo a la electrónica y al tornillo. El
robot sustituirá al hombre, dicen, salvo en la libertad de hacer esto o
aquello, o no hacerlo, o hacerlo poema, equivocándose. Según avisan, el robot
será maquinista de trenes, comandante de avión, chófer de autobús; aunque no sé
si también ciclista con casco en el pedalear y dirección de mi bicicleta. Con
robot, yo no habría podido dejarme ir en una bicicleta sin frenos desde la cima
de la calle del Horno, en Molina (el que la conoce sabe el Tourmalet que era en
mi niñez), hasta dar con mis huesos y los de la bicicleta en el zócalo de
piedra de la fachada de la iglesia, neo-renacentista ella. Amasijo de manillar,
ruedas y sillín, con un servidor llorando y lamiéndose sus heridas, en el
suelo. El manillar, de revés, y la rueda delantera hecha un 8, con el sillín, a
su vez, puesto en mi cabeza por montera. ¡Qué niñez más hermosa aquella sin
robots, sin guías de mi falibilidad, dejándome la niñez para mí solo, sin
meninas que velaran por mí, y viviendo únicamente para aprender letras y
números y volar sueños y cometas, y burbujas de asombro! Yo diría que el hombre
es falible, capaz de errar, de ser libre, gracias a Dios. Y en la niñez es
donde más y mejor se manifiesta, siendo falible, este modo delirante y
encendido de ser libre, con accidentes y tropiezos añadidos, y heridas que siempre
cicatrizan. No creo en el robot como medio de corregir la falibilidad o
capacidad de fallar del hombre; al fin, el robot hereda las limitaciones del
hombre, pues su concepción y los circuitos que le dan vida están ideados y
realizados por el mismo hombre, falible. Una deficiente conexión puede parar la
vida del robot y su inteligencia robótica, endiablada, que diría un moralista
medieval. O sea, Diario: paso de los robots, que a veces se rebelan y te llevan
a una odisea por el espacio, con música de los Strauss, padre e hijo, y la
inventiva de Stanley Kubrick, dirigiendo el concierto visual y sinfónico
inigualable del universo (17:53:18).
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