15 de octubre de 2020. Jueves.
INCENDIO
INCENDIO
-Teresa de Jesús es un incendio, que, con sus llamas
de luz y amor, de sencillez y oración, aún hoy sigue ardiendo. Cuando ella
escribe, brotan rosas –con espinas– de su pluma; y destellos de sabiduría, en
la que se escucha, suave y sin estridencias, la pisada de Dios. Que sin oírlo –dice
el poeta– «se escuchaba su pisada». Dios, cuando está, nunca pisa para hundir; pisa
para indicar el camino, para sacar del barro, para ascender con el caído: ascensión
gloriosa de lo desechado. Y Teresa lo sabía. «No hay que menester alas para ir
a buscar a Dios –decía ella–, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí». Es
esta una soledad desierta de cosas, huida de ruidos, sin apenas mundo, pero poblada
de Dios –y como cantó Lope de Vega–, de sus «dulces silbos amorosos». En la
soledad es más fácil mirar al interior de ti, donde tú habitas sin mentira, cabal,
acabado. Y es ahí, sin esperarlo, cuando la «suave brisa» que Isaías oyó y vio
pasar, te infunde ánimo y fortalece tu fe, y te invita a seguir profetizando, descubriendo
a Dios en cada cosa que vive o está, como la piedra o la estalactita, el
silencio o la contemplación. En estos días de pandemia, Diario, entremos en
esta soledad, huérfana de mundo, con solo otra soledad, la de Dios, que, junto
a la mía, serán abundancia de compañía, exuberancia de amor que toca y salva, y
que se alza en éxtasis hasta dar con la Plenitud (12:47:12).
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