27 de noviembre de 2020. Viernes.
TRAS EL CRISTAL DE LA LLUVIA
TRAS EL CRISTAL DE LA LLUVIA
-Luego de una noche de lluvias, tormentosa, amanece
el día con nubes persistentes y abruptas, y rotos, blancos, en las nubes por los
que se asoma, con timidez, un sol capturado y oculto. Hoy nos toca vivir en la
sobriedad del color ceniza, e instalados en el acontecimiento de la lluvia.
Aunque a las 10:06, el sol desgarra un poco las nubes y vuelve a mi biblioteca
a seleccionar algún libro y llevárselo para leer en su caminar hasta el ocaso.
Sucede que, cuando en la cama oigo la tormenta, doy gracias por la lluvia, por
su música –su corchea a corchea, gota a gota, dando en el cristal de la
ventana–, pero temo por si se hace avalancha al caer. Si la lluvia se hace
avalancha, alud, peligra el Mar Menor y su entorno. Yo, cuando de tarde en
tarde dice de llover, rezo porque la lluvia sea benigna, serena, sin latigazos
de catarata, amable. Lluvia que dé en la tierra sin romperla, dulcificándola, acicalándola
para cuando llegue el despertar de las raíces en primavera: cuando el almendro,
el naranjo, el cerezo…; cuando la primavera toda se haga flor y huela a fruto. Y
llegue el tiempo de morder sus frutos, y, en ellos, beba y paladee, y haga
saliva entre los dientes la lluvia que ahora se llueve en ellos. Salgo a pasear y miro al cielo
y, tras el cristal de la lluvia –«esta lluvia minuciosa», que diría Borges– veo a Dios que fecunda la tierra y, con la
tierra, al espíritu humano: el que busca la justicia y la equidad, y la verdad
sin mentira, y se alegra con el abrazo y la concordia, y, en su corazón, detesta
la guerra y siempre busca la paz. Al final de la tarde, Diario, el sol ha roto
el telón de las nubes y ha aparecido, llenándolo todo con su bondad y su gozo,
con su esplendidez majestuosa, universal (17:53:02).