20 de noviembre de 2020. Viernes.
VELAR
VELAR
-Esta mañana ponía yo en mis labios esta oración
nacida de la fragilidad –que, como dice San Pablo, te hace fuerte–, y de la
esperanza, que consiste en intentar tocar la plenitud con los dedos de la fe. Decía
yo: «Vela, Señor, sobre mis pensamientos, palabras y obras, a fin de que mi día
sea agradable a tus ojos». Le digo al Señor que «vele», no que me imponga, no
que me obligue –Dios respeta toda libertad–, sino que custodie mis pensamientos,
origen de mis decisiones, pues ellos son el bosquejo de lo que serán luego las
palabras. Toda palabra es antes idea, una sensación, en la que se concreta lo
que antes fue reflexión. La palabra capta una idea, la envuelve en letras,
sílabas, las hace sonido, voz que se dice, que comunica, agitación en la boca: mensaje que habla. Y la palabra, así inspirada, se hace obra, conclusión atónita, creación,
objeto maravillado, dicho. El trabajo, la faena, cualquier obra, pues, es la palabra que da a luz,
que ilumina lo nacido de su vientre, que lo hace cosa con nombre, o apellido
que califica al nombre. Tener nombre es tener identidad, saberse cosa que
existe: como agua, viento, pájaro, sueño, mar, gracia, santidad. Si Dios «vela»
mis pensamientos, Diario, las palabras que broten de ellos serán palabras
aseadas, sin tachaduras importantes, palabras que realizarán la obra –afán, trabajo, zureo– «agradable a los ojos de Dios» (13:13:08).
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