14 de noviembre de 2020. Sábado.
EL GERIÁTRICO
EL GERIÁTRICO
-Día de cenizas en el
cielo y de tristeza en la tierra. Llovizna, como llorando. Llora la ceniza, que
sangra restos de tragedia. Pero no todo son caras serias, de defunción: el día
también llueve un poco de Dios, que me llega a través de una llamada hecha
desde un teléfono interior. –«¿Diga?» Es Pepe Manzano –manzano que todavía no
ha florecido: no es primavera –, director de la casa. «Te confirmo como
Capellán del geriátrico de la Casa», dice, con risas. El geriátrico. Es la
broma que nos gastamos los viejecitos de la Casa. En la Casa convivimos: jóvenes,
que aún laboran en las distintas parcelas de la Iglesia, y los ancianos, que –como
dice San Juan en el Apocalipsis– «vestidos de ropas blancas y con palmas en las
manos», venimos –«de la gran tribulación»– a postrarnos ante el Trono del Cordero.
Grupo este formado por: José Luis García –el que todo lo ve o lo presiente–; Antonio
León –al que siempre preceden los golpes de su bastón–; Ricardo Tornell –el continuamente
apurado y con los nervios bailándole, como bolas de pingpong, en el estómago–; Juan
Cortés –el del sombrero (borsalino) calado hasta a las orejas–; Juan Fernández –ahora
de hospitales, lo atrapó el bicho, aunque ya está bien–; José Alcaíde –el teólogo
sin fisuras, tridentino–; y un servidor –el que se siente honrado con ser el Capellán (virtual)
de este pequeño grupo de bienaventurados del Señor–. Por fin, en la capilla de
la Casa Sacerdotal, y oliendo a Dios, y a gracia, y aleluya, y a perdón, y a resurrección,
podremos celebrar la misa el domingo, con el deseo de percibir –«En la mañana,
Señor, hazme escuchar tu gracia»–, cómo suena entre hermanos, Diario, la gracia de Dios (13:02:35).
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