miércoles, 18 de noviembre de 2020

18 de noviembre de 2020. Miércoles.
SONIDOS ILUMINADOS

Bóveda con música, iglesia de la Anunciación. Nazaret. Israel. F: FotVi

-Esta mañana, en Laudes, la música cantaba a Dios –en mis labios–, y sonaba así en el Libro de Judit: «Alabad a mi Dios con tambores, / elevad cantos al Señor con cítaras, / ofrecedle los acordes de un salmo de alabanza». La música es acorde, conjunción armoniosa de instrumentos y voces, compás, medida, sonidos iluminados. La música nunca fue Babel; es decir desorden o anarquía, laberinto. Negrura en sus compases, desajuste de sonidos. La Biblia es muy sensible a la música y a la belleza que ella sublima. Dice el Génesis (4:21) que Jubal –nombre arroyo, corriente, música–, hijo de Ava, y descendiente de Caín, fue «padre de todos los que tocan arpa y flauta». En la Biblia y en los libros clásicos se dice que hasta los pastores tenían su lira, su flauta hecha de cálamo, de caña. Y cantaban a Dios o a su amada. En la Biblia, Dios es el receptor de las flechas armoniosas y líricas del amor. San Juan de la Cruz, en el Cántico Espiritual, hace instrumentos musicales a los «ríos sonorosos» y al «silbo de los aires amorosos», y a «la soledad sonora». La soledad, pues, utensilio de melodía, arpa de muchas cuerdas, música íntima, mística. O como la llama san Juan de la Cruz: «Música callada», la que se hace –en la paz de los silencios– de latidos, de oleadas de sangre, que saltan del corazón a la boca, y de la boca –hecha palabra, río de sílabas, acontecimiento de tildes y significados, de asombros y rezos– al concierto del espacio y del tiempo, donde habita –dicen los santos– el Señor. Donde habita, Diario, el Señor de los silencios insistentes, pertinaces, silencios que solo escuchan las almas puras y de corazón sincero, abierto, sin cerraduras ni negaciones vanas, idolátricas (12:58:40).

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