martes, 17 de noviembre de 2020

17 de noviembre de 2020. Martes.
TODAS ESAS LUCES

Disponiéndome a escribir, en mi antiguo estudio. T. de la Horadada. F: FotVi

-Ser ciego, y, de pronto, ¡ver la luz! Encandilarse de claridad, contemplar el movimiento, la verdad de las cosas: mirar un paisaje, mirar un árbol, mirar el mar, el rostro de un ser querido, la sonrisa de un niño –toda destellos–, la vibración celeste de las estrellas incendiadas. O la inmensidad sin fin: la noche del sueño y el grillo, de las sombras y las galaxias. Todas esas luces. Salir de la noche y meterte en el día, su gran dimensión, sin tener que tocar las cosas para reconocerlas, o solo con el otro tacto: el del silencio elocuente de los ojos. Andar de ciego por el mundo y, de pronto, oír una voz que dice: «Ve –de ver–, tu fe te ha salvado». Ve, percibe, distingue, otea, lee. Es un mandato. Y ves y percibes y distingues y oteas y lees, y llenas tu espíritu. Cambio de cromos, dice Jesús: tú me das tu fe y yo te doy la visión: hago el prodigio, te enseño a andar sin bastón, a tocar y gustar las cosas con el dulce sigilo e intimidad de los ojos. Los ojos ven, y al ver, gustan, paladean, se relamen, contemplan. La luz es el sabor de los ojos. Los ojos preceden a las manos y a los deseos. Y si miran para adentro de uno mismo, sin el qué dirán humillante que anda por fuera, siempre, Diario, ven a Dios, como el hacedor de la justicia, como su incendio original, donde todo es equidad y liberalidad, afectividad (12:43:30).

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