viernes, 11 de diciembre de 2020

11 de diciembre de 2020. Viernes.
CARENCIA DE TERNURA

Se muere la rosa, en el jardín. Torre de la Horadada. F: FotVi

-Día sin luz y sin taquígrafos; es decir, con nubes e insípido, como vestido de gel hidroalcoholizado. Día de lavarse la lengua con lejía, como se les decía antaño a los niños que mentían. El día se ha vestido de tristeza: ya están hablando los políticos de llevar al Congreso la ley de la eutanasia. No les ha bastado la pandemia, sino que hay que acelerar, como se fumiga una plaga, la extinción de la vejez. En esta sociedad infectada de insensibilidad, aletargada, todo es tumefacto, oscuro, pestilente. Los gobernantes, con la ley en la mano, ley que ellos han hecho –progresista, dicen–, matan sin escrúpulos, y, como Pilato, se lavan las manos, mientras llevan a crucificar al inocente. «Prestación del derecho a morir», llaman a esta aberración. Este «servicio» o «auxilio» –¡qué osadía!–también se podrá realizar en residencia de ancianos, en centros sociosanitarios, y hasta en el propio domicilio. En el mundo, solo hay cinco países que hayan legalizado la eutanasia; España será la sexta. En fallecidos por la pandemia somos terceros del mundo. Batimos todos los récor de estupidez e ineficacia, de papanatismo y miseria, de carencia de ternura. Se ha abierto la caza del desvalido, del que necesita amor, del que lo dio todo en la vida, y ahora, morirá cuando lo decidan sus deudos. «Papá, mamá, lo siento: tienes que pedirme que te mate», dice el hijo; y el padre o la madre, generosos ellos, amantes ellos como siempre, responden: «Lo que tú digas, hijo, tú sabes lo mejor». (Les ha faltado añadir: «Para ti»). Sólo el 2,5 por ciento de la población mundial tiene acceso a este desahogo –¿progresista?– del «derecho a morir». Con el tiempo, nos dormimos en el Señor. De un modo natural, incluso celebrativo; pero la eutanasia, Diario, es un modo de herir la vida, de destruirla, sin apelación ni misericordia, y con la ley de parte de quien la siega sin piedad (17:46:54).

jueves, 10 de diciembre de 2020

10 de diciembre de 2020. Jueves.
LA SONRISA DE DIOS

La gloria de Dios, Catedral de Santiago de Compostela. F. FotVi 

-Y martirizaron a la Inocencia. Fue en Mérida, ciudad augusta. Un 10 de diciembre del año de 302, cuando la Ciudad de Roma y los emperadores se decían dioses: dioses de barro y greda, de mármol y soberbia, de arcilla revestida de terror y látigo. Una niña, Eulalia, 12 años, hija de un senador romano, padeció martirio por no querer adorar a los ídolos paganos. Fue en tiempos de Diocleciano y el gobernador Daciano. Éste le propuso: «Si le ofreces este pan a los dioses, y les quemas este incienso, te verás libre de los sufrimientos que otros han padecido». Y Eulalia, niña, con la inocencia iluminando sus ojos y sus palabras –el Espíritu en su boca–, le  contestó: «Solo al Dios de los cielos adoro; a Él solo ofreceré sacrificios y quemaré incienso. A nadie más». Y cuenta Prudencio, poeta, que, tras los azotes, el fuego la envolvió por completo, y «la Virgen –dice– torció suavemente el cuello e inclinándose hacia la llamarada la sorbió con su boca, de la que voló una paloma». Leyenda o realidad: es bellísima. Era –es– la lucha de la Inocencia contra la crueldad, contra la perversión, contra el arbitrismo. Pero la Inocencia sabia, la que nace de la sinceridad y la franqueza, vence al despotismo y al chasquido del látigo. A cualquier tortura. Eulalia y sus palabras se hacen luz, claridad en la boca de una niña, libertad de horizontes, mientras el emperador romano, en todo caso, y con el tiempo, se torna hallazgo arqueológico, mármol derribado y extraído de los escombros de la ciudad que él arruinó y expuesto en un museo. Sólo la Inocencia –limpieza de corazón, según Jesús de Nazaret– verá a Dios, y con sonrisa de Dios. Ya lo dijo Fellinidirector de cine, Diario: «Si ves con ojos inocentes, todo es divino» (12:35:05).

miércoles, 9 de diciembre de 2020

 

9 de diciembre de 2020. Miércoles.
ANULADO EL BOATO

Rosas blancas en la Plaza de España. Roma. F: ABC

-Peregrinar es aventurarse, dar pasos hacia la estrella polar, hasta llegar a ella y tocar su luz. Rociarse de su luz, como una bendición. «Cielos, destilad el rocío. Nubes, derramad al Justo», urgía Isaías. Ayer el Papa Francisco, a las siete de la mañana, con mascarilla y el paso inclinado –vacilante– de anciano, peregrinó, de improviso, hacia la Plaza de España, en Roma. De improviso, como suceden las cosas grandes: de improviso se presentó el Ángel ante María, de improviso fue llamado Samuel en la noche de su vocación, de improviso resucitó el Señor. No había público, se evitó la multitud –el respeto al coronavirus–, solo estaban los bomberos que, como cada año, colocaban una corona de flores en el brazo de la imagen de María, como signo de amor y veneración del pueblo romano a la Inmaculada Concepción. Es decir, el Papa Francisco, anuló el boato, arrumbó toda parafernalia, y se presentó, en su pequeño coche utilitario y defendiéndose de la lluvia con un paraguas negro, en el lugar de la devoción, en el lugar de la comunión con María y con el Fruto de su vientre, Jesús. Un par de ramos de rosas blancas dejó el Papa a los pies del monumento, como si hubiera florecido allí la pureza, la doncellez, la ternura más maternal. Como si las nubes hubieran derramado allí al Justo. Y rezó: para que la madre de Jesús «dé consuelo y alivio a las grandes tribulaciones humanas y sociales que amenazan al mundo moderno». Dicen que dijo. Con humildad, Diario, lo dijo, como el que eleva los ojos a la madre y le pide: «¡Madre, quiéreme!» Y queda aguardando: en adviento de gracia, de abundancia de lo divino, que espera (12:14:18).

martes, 8 de diciembre de 2020

8 de diciembre de 2020. Martes.
EL LADO ROMÁNTICO DE DIOS

Purísima, el lado romántico de Dios. Javalí Viejo.

-El lado romántico de Dios (con Goethe y Rousseau y Bécquer al acecho) se manifiesta en la preservación de la Virgen María del pecado original, lo que más que un hecho teológico (no digamos escolástico), es sobre todo un hecho de amor. La teología sin amor es pura especulación, una especie de filosofía discursiva, una oquedad científica; pero nada más: un artilugio ruidoso, sin un amor dentro que lo haga volar. Copio (permítemelo, José María Cabodevilla), lo que tú escribiste, tan bello, un 8 de diciembre de un año cualquiera de tu vida; dijiste: «He aquí hasta dónde puede llegar la omnipotencia divina, su obra máxima, la que marca el límite de un poder que confesamos infinito: Dios ha creado una madre para sí. Al lado de esta mujer, toda la grandeza de la tierra y los océanos, y el firmamento con sus astros más brillantes, y los innumerables coros de los ángeles y arcángeles, la creación entera en su totalidad empalidece y se vuelve insignificante si la comparamos con esta criatura de excepción, este alarde del Omnipotente, esta mujer llamada María. Dios, que es incapaz de hacer otro Dios, ha hecho lo que más podía: una madre de Dios». Te felicito, María, eres la Madre; te felicito, Dios, eres el Hijo. Tal Madre para tal Hijo, Diario, y yo, el otro hijo redimido, perdonado, y habitado por el Espíritu, con María llevándome de la mano –¡Oh, Madre!– a Dios  (21:35:24)

lunes, 7 de diciembre de 2020

7 de diciembre de 2020. Lunes.
DANDO ARAÑAZOS

Queriendo salir de las nubes. Salinas del Mar Menor. Lo Pagán. F; FotVi

-Amanecía el sol, con la euforia de un liberado, cuando la pandemia del gris –nubes de charco helado– lo ha ocultado y ha llenado la tierra de frío. Frío de diente que muerde, de corazón sin amor. Decía Unamuno que: «El hombre muere de frío, no de oscuridad». Seguramente lo diría por la oscuridad de su fe, que le hizo escribir esos endecasílabos –versos– turbadores, que deslumbran, en su obra El Cristo de Velázquez, y que te hacen masticar una fe dura, fe de grito, fe que pide auxilio al Dios, y crucificado. La fe de Unamuno era oscura, vacilante, cercada por la duda y los silencios de Dios. Como la de San Juan de la Cruz; quizá como la mía y la tuya, oscura, pero no muerta, sino anhelante, deseosa de ver el rostro de Dios. De gustarlo con los ojos del espíritu. «Hay que nacer en Belén –seguía diciendo Unamuno en su Diario íntimo– y vivir en humildad, oscuridad y obediencia, para pasar luego por el Calvario, y crucificarse en Cristo, y ser con él sepultado. Así se resucita y se sube a su gloria». Miguel de Unamuno dudaba, pero no caía en la duda, en su abismo destructor, voraz, en seguida salía de sus fangos y se alzaba sobre el muro de la fe, en la que se veía iluminado, y salvado. Forjado a fuego, como el metal. Dando arañazos en los ruidos de la vida, Unamuno gritaba: «¡Silencio, silencio, para oír al Señor!» Y se tapaba los oídos, para, desde su interior, inundado de gracia, Diario, poder escuchar el otro Silencio, el de Dios, que siempre habla desde la piedad y el Amor, desde la contemplación más íntima. Posdata: una nube de gaviotas –con el sol queriendo asomar–, y a las 12 y 20, poblaba el cielo, y he pensado: «Vuela la Esperanza» (17:51:38).

domingo, 6 de diciembre de 2020

6 de diciembre de 2020. Domingo.
HIMNOS GRANDES

Sinfonía de piedra y luz, Santiago de Compostela. F: FotVi

-Domingo, Misa, y Constitución, hoy: los tres himnos grandes de la alegría. Y con Beethoven, escribiendo la partitura: aquí –piensa y anota Beethoven– un violín de serenidad, allá una trompeta de lucha, y, al final, el gran acorde que acoge, como una paloma que pliega sus alas y resguarda a sus crías, a la esperanza: o la expectación de algo nuevo y virgen, terriblemente hermoso, que anuda la garganta y hace derramar lágrimas de alegría al que escucha. Lágrimas emocionadas, veraces. Agavilladas en torno a la luz del anhelo, de un mañana venturoso. Es domingo, día del Señor: que es como lanzar una cometa al aire y que vuele, pero anclada, no obstante, al suelo por el hilo de la fe. Y ahí está el sol en su cúpula inmensa, que nos grita promesa, ilusión, que nos dice que siempre hay un más allá. Y Misa, para dar gracias. Y en la que se nos pide hoy que tendamos puentes, no de frío y rígido hormigón, sino formados con ingeniería de palabras llenas de evangelio; es decir, palabras que digan a Jesús en acción. Palabras de fe y de amor que se acerquen al pobre y al desvalido, en nombre de Jesús, como alivio y mano tendida, mano dadivosa y amiga. Manos que prometan y den justicia, y anuncien la paz, y, en la paz, la libertad. Y Constitución: esfuerzo colectivo de armonía y progreso, Diario, sin demonios –con moños erizados– que la perturben y ericen, que la conviertan en contienda y no en casa común; casa llena de bocados para todos y en la misma mesa, y, si es posible, con la misma señal de la cruz, bendiciendo (13:10:42).

sábado, 5 de diciembre de 2020

5 de diciembre de 2020. Sábado.
ACORDE FINAL

Amanece el sol, sinfonía de luz. en Murcia. F: FotVi

-Sale el sol, espléndido, como un acorde final de una gran sinfonía, la sinfonía de la luz y de la vida, de la resurrección más íntima y espiritual, mística. Este mañana todo es resurrección, melodía, arpas en el cielo. Como diría Leila Guerreiro, escritora argentina: con el sol, «el paisaje se hace puro horizonte, o puro río. Algo limpio y tajante». Tan tajante, que corta la tristeza y trozo a trozo la va convirtiendo en música orquestada, en palomas altas de esperanza. Me santiguo y lo hago con el sol, que se derrama por entre los dedos y llena el día, despejando el tedio, moviendo voluntades. De este modo tan sencillo –una cruz que abarca desde la cabeza al pecho y de ahí a los hombros–, me lleno de bendición. Y Dios, mientras, abriéndose paso por la estela de este signo. Santificando todo lo que toca. Me santica a mí y a las cosas que miro –el libro, el árbol, el mirlo, el ocaso, el pomo de la puerta, la ventana que abro…– y las cosas que ando: un paso tras otro, la tierra que piso, el dolorcillo aquí o allí, respirar con mascarilla, pasos cortos o largos, parece que me ahogo, pero sigo, me repongo, aspiro don, mastico gracia –Dios me ayuda–, hasta que camino mis dos kilómetros y paro. Me detengo, miro al cielo y concluyo: mi vida pende de un hilo: del hilo de Dios. Y me renace el gozo, porque veo con Luis Rosales «la estatura de una gota de agua», y «porque soy un niño que despierta en un túnel», y cae en la cuenta, Diario, que «jamás ha sentido la plenitud que estoy sintiendo en este instante». La plenitud: el todo de Dios, en mí (12:59:19).

viernes, 4 de diciembre de 2020

4 de diciembre de 2020. Viernes.
LA MIEL DE LA ABEJA

 Esperando a la abeja, en el jardín. Torre de la Horadada. F: FotVi

-Contemplo la Naturaleza, su diversidad alargada y ancha, expansiva, frutal; observo la emoción de sus formas y colores, de su luz y sus sombras, sus vibraciones; miro su movimientos continuos, infinitos, donde se entrecruzan estrellas y galaxias, lejanías; oigo el lenguaje que habla en las cosas –la flor, el oleaje del mar, los abismos del universo… –, me pasmo por la grandeza de sus iras y la paciencia de su amor, y doy gracias a Dios por haberme dado la capacidad de sentirla y gozarla, de seducirme, de permitir que saboree su grandeza, que la cate con gusto, como un regalo de abeja. «Loado mi Señor»: que diría San Francisco. (La miel de la abeja, o el regalo de la gratitud). La Naturaleza es el origen, el primer destello de todo lo que amo o he amado: la familia, el más elevado y cercano acontecimiento, que, con la vida, Dios me ha podido dar. «Loado mi Señor», sigo alabando. Ahora recuerdo la voz de mi madre, con sus 95 años, diciéndome –esto también es naturaleza, sentimiento, belleza–: «No quiero morirme». Y, tras una breve pausa, añadía: «Para no dejarte solo». Es el milagro de su voz lo que más recuerdo, declarándome su amor, su ternura encendida. Ella, Diario –evangelio en vida, que se daba–, me enseñó a decir «Dios» y «amor», y ahí sigo, intentando grabarlo en mi corazón y en mis manos, para escribirlo, y darlo (12:01:12).

jueves, 3 de diciembre de 2020

 3 de diciembre de 2020. Jueves.
CUCHILLO FRÍO

Frío, soledad. Mar Menor. Lopagán. San Pedro del Pinatar. F: FotVi

-Se ha desplomado el termómetro: 3 grados. Y hace frío. Muy de mañana, cuando abro los ojos y bostezo, y digo: «Señor, gracias por el nuevo día», y vuelvo a bostezar y entro en la ducha aterido, el frío se siente bárbaro y despiadado, como un fino filo de cuchillo frío. Azulado el frío. Pero enseguida pienso: «¿Y el pobre que haya dormido en un portal, bajo solo una manta, con un perro al lado y a la fría luz de las estrellas?». Y dejo de llorarme, de derrotarme, me meto bajo la ducha y ardo de calor. Un calor interior, que trasciende al exterior y reconforta. Luego, desliándome, hago lo de cada día: rezo, doy gracias, leo, escribo, pienso  doy gracias , elijo palabras con las que llenar los folios, y, dando gracia sin cesar, celebro que el sol entre en mi estudio y se siente a mi lado y me alivie de este frío, que, a veces, corta lo que toca. Y que me ayude a escribir. Leo la prensa y, aparte de toda la cacharrería de la pandemia que a cada instante nos da en los oí dos y nos aturde, surge una buena noticia: «Abre el primer centro que aloja a mujeres sin techo, víctimas de la crisis del covid 19». Consejería de Políticas Sociales de la Comunidad de Madrid. Con esta buena noticia, reirán las estrellas y el furor de las noches frías se calmará. Los políticos –el ser humano– a veces aciertan, y, como el rey Midas, Diario, convierten en oro –en humanidad, en justicia, en vuelo de sueños: pueden– lo que tocan; pero solo a veces; otras, son terribles: son hombres, vulnerables (12:51:43).

miércoles, 2 de diciembre de 2020

2 de diciembre de 2020. Miércoles.
LOS OJOS RÍEN

Apóstol que ríe, Pórtico de la Gloria. Santiago. F: Googel

-Despierto y siento frío. «¡Ah!, el frío: ya está aquí», me he dicho. El frío hiela mis palabras en la boca antes de nacer, antes de saltar de mis labios a las cosas y decirlas, recreándolas, palabras que caliento con un buen verso de la Biblia. Un salmo. «Arroja su hielo como migas de pan. ¿Quién puede resistir ante su frío?» Aunque habla de frío, el verso destila amor, habla de Dios. Que avisa. Y el verso calienta mi interior aturdido; y la ducha, mi cuerpo helado. Pero el frío, cuando llega a la pobreza, a lo sumo, la cubre de cartón, de intemperie, de migajas de limosna, de caridad tal vez. Mas solo la justicia y el derecho le pueden dar calor. Solo el evangelio y la fe en la vida y la trascendencia tapan la pobreza, con amor. La caridad hecha sin amor, no es caridad, es altruismo frío, solo dádiva, que se agradece. Me sobra y doy. No es lo mismo que dar de aquello que quizá le falte a uno. Hoy he salido a la calle y he visto la pobreza acercarse –mujer joven, vestida de tristeza, no desarrapada– y, con un bote de plástico en la mano, pedir limosna. Iba con mascarilla usada y el brazo alargado, pero respetuoso y lejano, para no contaminar su pavorosa pandemia, la de la indigencia, al que tuviera a bien darle unas monedas. Le doy unas monedas y veo que, en sus ojos, hay una sonrisa; sonrisa que le devuelvo, también agradecido. No había visto en toda la pandemia una sonrisa tan llena de luz, y tan amiga. Los ojos ríen, Diario, y celebran (18:47:48).

martes, 1 de diciembre de 2020

1 de diciembre de 2020. Martes.
LOS NUDILLOS DE LA MORAL

Luna llena, sin mentira, anoche en Murcia. F: FotVi

-Toco en mí con los nudillos de la moral –o la ética– y suena mi conciencia: donde guardo, como una joya de alto valor espiritual y cívico, mi concepto sobre lo que es bueno y lo que es malo. Lo que debo o no debo hacer. Cuando actúo, nunca voy solo, siempre me acompaña –como a Pinocho en el cuento de Carlo Collodi–, mi Pepito Grillo particular e íntimo: la voz que me advierte y me guía, que me señala el camino. Todos hablan de Su Sanchidad Pedro –Carlos Herrera dixit–, pero nadie de su Pepito Grillo –Iván Redondo–, que es el que actúa en la sombra –siniestra sombra– en la cripta interior de Su Sanchidad. Si Su Sanchidad miente, antes ha habido un germen de mentira en Iván, que la ido modelando –redondeando– hasta ser deletreada luego en los labios de Su Sanchidad Pedro. Lo que era un no por la mañana, lo hace un sí –tambaleante y efímero– por la tarde, sin que se la caiga un trocito de cara por tal deslealtad cometida consigo mismo. Cada vez que mentía, a Pinocho le crecía la nariz, no a Pepito Grillo, que era su conciencia recta y sabia, humilde. En esta ocasión, sin embargo, ambos –Su Sanchidad Pedro y Pepito Grillo, Iván– lucirán una nariz descomunal, homérica, que, como a Pinocho, no los dejará entrar ni salir de la habitación de su conciencia, donde pone su tienda la verdad. Leo en el libro de los Proverbios: «La lengua mentirosa odia a los que oprime, y la lengua lisonjera causa ruina». La mentira y la lisonja: dos modos de traición, a uno mismo y al de al lado: el prójimo. La mentira odia, la lisonja causa ruina. Es Dios el que habla, Diario, y lo hace con sabiduría: la proverbial sabiduría de Dios (17:30:55).

lunes, 30 de noviembre de 2020

30 de noviembre de 2020. Lunes.
EL LENGUAJE DE LAS COSAS

El mundo leyendo su entorno. Las Palmas. Gran Canaria. F: FotVi

-El Papa Francisco, en la encíclica Laudato si, ha dicho: «Todo el universo material es lenguaje del amor de Dios… El suelo, el agua, las montañas, todo es caricia de Dios». Dios habla en el lenguaje de las cosas que ha creado: son su abecedario, su modo de decir: «Te amo». Son su diccionario –perplejo, asombrado, revelador– de su amor abierto y sin fronteras. En la luz, ama; en el silencio, ama; en el árbol y en las estrellas, ama. ¡Y en las galaxias allá perdidas, ama! Donde mires, donde te encierres, en cada cosa pequeña o grande, en cada acontecimiento de la naturaleza, contemplarás, como un río ancho y profundo, el amor de Dios. «Cuando admiro las maravillas de una puesta de sol o la belleza de la luna, mi alma se dilata en la adoración del creador», decía Mahatma Gandhi, el líder que venció en la guerra por la independencia de la India, sin armas, con solo la paz que nace del amor. Paz que se halla en el diccionario del amor de Dios. Esta mañana he rezado con el sol dándome en la lengua, en las palabras, en la oración. Y todo era luminoso, con llamas, con centelleos sutiles, pues rezaba en el mismo lenguaje de Dios. Es por lo que he podido decir: «En su templo –el de la creación– un grito unánime: “¡Gloria!» Como dirán los ángeles la noche de Navidad, cuando la Luz, Diario, se haga Niño en el pesebre de la humildad, en el heno de la verdad (11:54:28).

domingo, 29 de noviembre de 2020

29 de noviembre de 2020. Domingo.
¡VELAD!

Vigilad, hasta que llegue Belén. Torre de la Horadada. F: FotVi

-En este correr del tiempo, de la liturgia sin pausa, aunque reflexiva, hemos llegado al domingo del «¡Ven, Señor!»; al tiempo del apremio, a la época de la esperanza que nos irá llevando a tocar la fe: a palpar al Señor, que llega y salva. «¡Ven, Señor!», decimos, y la expectación nos brota en los labios, también en los latidos insistentes, obstinados, del corazón. En este primer domingo de adviento, se oye al profeta Isaías decir: «¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!» «Rasgar el cielo» con la afilada cuchilla de la fe, y que se haga presente el Señor en la esperanza del ser humano. Que lo libre de sus «impurezas», de sus perversiones, de sus pánicos. Si se desvanece la esperanza, la fe flaquea. Se hace cáscara de almendra sin nada dentro. Terrible vacío. La esperanza es como la arena entre las manos, si no las sellas bien, si no la alimentas de profecía, se te escapa por entre los resquicios. La esperanza es más fe en la fe, es la fe alargada hasta dar con el porvenir, donde habla y habita la profecía realizada; es decir, el Belén latiendo, tañendo amor. La pobreza y la humildad –el Pesebre– son el trono donde el Amor se da al que, sin recelo, se acerca a él. Y se arrodilla allí, como el que va a beber agua en el manantial de la Vida. Pero, en este domingo del «¡Ven, Señor!», también se nos advierte: «Mirad, vigilad; pues no sabéis cuándo es el momento». Y el evangelista Marcos, Diario, concluye: «Lo digo a todos: ¡velad!» (13:11:18).

sábado, 28 de noviembre de 2020

 28 de noviembre de 2020. Sábado.
PINTURAS MAESTRAS

Pintura maestra en el amanecer de Murcia. F: FotVi

-Ayer, lluvia y hoy, sol, o el pincel y los colores que pintan la vida en la tierra: el gran lienzo de la creación. El sol es la costumbre; la lluvia, la sorpresa; pero ambos, imprescindibles para que se sucedan, como en una carrera de postas, las estaciones del año. El sol, manchurrón rojo del verano, arde; la lluvia, la acuarela del invierno, purifica lo íntimo, lo esencial, dejándolo apenas insinuado. El sol es la exposición de la belleza, la plenitud del colorido; el invierno, la clausura que reza y esconde el esplendor del verano en la recato de su intimidad. El otoño es la estela del verano, todo es ocaso, aunque bellísimo; la primavera es el estallido del invierno, de lo nacido sin ruido de la humildad y discreción de la tierra: la creatividad. Con el sol y la lluvia, Dios pinta las estaciones del año de colores precisos, exactos, y hace pinturas maestras cada día, pinturas que alegran e introducen la fiesta en los sentidos. En los amaneceres y en los crepúsculos, Dios contrasta la belleza, vistiéndola de ropajes distintos; la viste o de alas de mariposa o de manchas de leopardo, todo perfectamente inimitable, y fugaz. Dios, que es eterno, solo pinta para los que viven, como diría la poeta Raquel Lanseros, Diario, en la admiración de la «orfebrería del instante», de la exaltación del destello, del espacio sin tiempo en el que vive Dios, y que solo es perceptible –puesto que es invisible, como la gracia o el amor, o los mismos silencios– por el espíritu, que es el que ve en el Misterio (12:36:54).

viernes, 27 de noviembre de 2020

27 de noviembre de 2020. Viernes.
TRAS EL CRISTAL DE LA LLUVIA

Día tormentoso, en Murcia. F: FotVi

-Luego de una noche de lluvias, tormentosa, amanece el día con nubes persistentes y abruptas, y rotos, blancos, en las nubes por los que se asoma, con timidez, un sol capturado y oculto. Hoy nos toca vivir en la sobriedad del color ceniza, e instalados en el acontecimiento de la lluvia. Aunque a las 10:06, el sol desgarra un poco las nubes y vuelve a mi biblioteca a seleccionar algún libro y llevárselo para leer en su caminar hasta el ocaso. Sucede que, cuando en la cama oigo la tormenta, doy gracias por la lluvia, por su música –su corchea a corchea, gota a gota, dando en el cristal de la ventana–, pero temo por si se hace avalancha al caer. Si la lluvia se hace avalancha, alud, peligra el Mar Menor y su entorno. Yo, cuando de tarde en tarde dice de llover, rezo porque la lluvia sea benigna, serena, sin latigazos de catarata, amable. Lluvia que dé en la tierra sin romperla, dulcificándola, acicalándola para cuando llegue el despertar de las raíces en primavera: cuando el almendro, el naranjo, el cerezo…; cuando la primavera toda se haga flor y huela a fruto. Y llegue el tiempo de morder sus frutos, y, en ellos, beba y paladee, y haga saliva entre los dientes la lluvia que ahora se llueve en ellos. Salgo a pasear y miro al cielo y, tras el cristal de la lluvia –«esta lluvia minuciosa», que diría Borges– veo a Dios que fecunda la tierra y, con la tierra, al espíritu humano: el que busca la justicia y la equidad, y la verdad sin mentira, y se alegra con el abrazo y la concordia, y, en su corazón, detesta la guerra y siempre busca la paz. Al final de la tarde, Diario, el sol ha roto el telón de las nubes y ha aparecido, llenándolo todo con su bondad y su gozo, con su esplendidez majestuosa, universal (17:53:02).

jueves, 26 de noviembre de 2020

26 de noviembre de 2020. Jueves.
PREGUNTA

Arracimados en el puerto de Arguinegín, Canarias. España. F. Prensa

-Hago una pregunta sencilla, sin intención torcida, con la ingenuidad de la mañana nublada, teñida de color de plomo: «¿Dónde se está mejor: en el muelle de Arguineguín, Canarias, amontonados –en la pobreza todo es montón desordenado–, sin lavabos ni familia, con solo la soledad y sus miedos, sin otros horizontes que los de la inseguridad; o en un hotel de 5 estrellas, en Tenerife, donde se hospedan jerarcas y su cohorte, con la feliz familia y yacusi, y una mirada llena de mar y sus travesuras, sin peligros?» Un poco larga la pregunta, pero más larga es la tristeza que la abruma. Un ministro de España –«Esta España mía, esta España nuestra…», mientas visitaba a los llegados de África por el mar ignoto y bravo, en el que la gente, con hambre de pan y paz, muere, ha escrito esta triste página de arrogancia y caciquismo, cínica, irreverente. Esta mañana rezaba yo en el himno –José Luis Blanco Vega, sacerdote y magnífico poeta– de Laudes, esto: «Que el hombre no te obligue, Señor, a arrepentirte / de haberle dado un día las llaves de la tierra». Dios no puede arrepentirse: ve más allá del tiempo y de la historia; Dios solo observa e inspira, y ayuda, si se le pide. Pero ha dado al ser humano, Diario –en su libertad–, «las llaves de la tierra», con las que crea su historia y la relata y la hace visible en sus actos, que –digamos la cruda verdad – no siempre son edificantes, ni justos, ni saludables, sino todo lo contrario; es decir, perversos, por inhumanos (13:13:07).

miércoles, 25 de noviembre de 2020

 25 de noviembre de 2020. Miércoles.
EL SOL EN LA BIBLIOTECA

Humilde biblioteca, en la lee el sol. Murcia. F: FotVi

-Da el sol en la biblioteca, y veo que se recrea en ella, que la está gustando, la deletrea, y me pregunto: «¿Qué libro estará leyendo?» Porque me digo: «El sol debe ser políglota, debe conocer todas las lenguas de la tierra». Y, por tanto, lee, paladeándolos, todos los libros que halla a su paso, como una abeja gusta el polen de cualquier flor, sea una bignonia o una rosa, o la flor sencilla y bellísima del almendro; lee a Homero, a Ovidio, a Cervantes, a Shakespeare, a Pessoa, a Dante, a Faulkner, a Borges, a Dios –en la Biblia–, a tantos. Seguramente sigue la máxima de Cervantes en el Quijote: «Quien anda mucho y lee mucho, ve mucho y sabe mucho». Con el saber de Dios, el saber de los libros es toda la sabiduría humana recopilada, recogida en cada concha sagrada –con su perla–, que es un libro. Es la buena y la rebelde sabiduría, la que une y la que separa, la que juega al amor y la que lo juzga, la que pregona la paz y la que hace la guerra. Ahí está todo lo que somos y soñamos, nuestras luces y nuestras sombras, los adjetivos que todo lo califican y los verbos que todo lo recorren.  Y todo es sabiduría: o el conocimiento del bien y del mal del Paraíso. Conocimientos de trigal madurando siempre y de desiertos donde los gritos se pierden, y donde no se oye más que los silencios que habla el mismo silencio, solitario. Yo solo digo que, cuando empieza la mañana, me gusta que el sol entre en mi habitación, haga una pausa en su recorrer del día y se detenga en mi biblioteca, manosee mis libros, los lea, los exprima y los goce, y, catándolos, Diario, dé gracias a quien lo concibió como sol; sol que da luz a la creación y la llena del gozo de Dios, que nunca se oscurece y siempre alienta y respira en nuestro mismo respirar, regalándonos la vida, su Vida preciosa(12:01:22).

martes, 24 de noviembre de 2020

24 de noviembre de 2020. Martes.
NO ME FÍO

Monumento al Holocausto en Varsovia, Polonia. F: FotVi

-Y apareció la Mentira y dijo: «En el primer semestre de 2021 os empezaré a vacunar contra el virus». La mentira nos vino del cielo de la televisión –su cielo– y nos roció con su gracia y su esplendor. Fue una noticia que asustó al virus, y, por unos días, contuvo su virulencia, calmó su afán depredador. «¡Estoy perdido!», dijo el virus, y se escondió en su caparazón de bicho microscópico, y, abatido, se echó a llorar. Lloró lágrimas de virus, lágrimas que no se ven, pero que, como aerosoles que son, vician el aire y se expanden por el mundo, causando desdichas y alarma. Pero como decía Descartes: «Es sensato no fiarse de quienes nos han engañado alguna vez». Y hubo televidentes que, avisados, se dijeron: «No me fío», y siguieron con sus quehaceres, que, cercenados por el virus, son pocos; los más –salvo los políticos– están en las colas del paro o en las de los centros de caridad, buscando algo que echarse a la boca. O andan apurando sus ahorros. O desesperados. En estas, me vienen a la memoria unos versos de Luis Rosales que leí en su obra La casa encendida; él habla de la soledad, yo los refiero a la persona que una y otra vez ha sido engañada. Dice: «Mi soledad es como un vientre de pescado / que se ha quedado frío besándome la boca». La soledad del ciudadano que se siente mal gobernado, y además sin el alivio de una sola verdad que lo acompañe en su día a día. Dice el Apocalipsis (palabra de Dios): «Afuera están los perros, los hechiceros, los inmorales, los idólatras, y todo el que ama y practica la mentira». Te digo, Diario, que en el primer semestre de 2021 no empezarán  a vacunarnos, cosa que, por otra parte, pido a Dios, que sí, que esta vez sea verdad lo que ha dicho la Mentira, y prometo que dejaré de llamarlo así, por siempre jamás (12:29:39).

lunes, 23 de noviembre de 2020

 

23 de noviembre de 2020. Lunes.
GRITO COLOR NARANJA

Gritos de libertad, en el jardín. Torre de la Horadada. F: FotVi

-Ayer, el grito de libertad vistió de color naranja las ciudades, las engalanó de huerta mediterránea (tantos naranjos plantados en medio de la ciudad), de cabalgata de alegría, de juventud, de inteligencia, de creatividad, significados del color naranja. En esta ocasión, el grito color naranja, le sacó una tarjeta amarilla al gobierno de la mentira y la ideología desbordada, al gobierno que pretende ser despótico e injusto. Inquisitorial. El color naranja es la vitamina C contra el resfriado de la esclavitud y las cadenas. Ayuda el circular de la concordia por las venas de la democracia, liberándola del colesterol obstructor de la imposición de cualquier totalitarismo arbitrario y vejatorio. Ayer, España, se bebió un vaso de vitamina C contra la llamada «ley Celaá», saboreando todo el esplendor íntimo de la naranja, su exquisito sabor a buena salud en libertad. Muerdo una naranja, la paladeo, y veo el cielo abierto en mi boca, como si Dios me tocara con su dedo –el dedo de Dios en la capilla Sixtina– y, con su dulzor, reanimara mi vida. La vida en libertad. Desde ahora, Diario, siempre que muerda un gajo de naranja, creeré que estoy saboreando la palabra libertad, lo masticaré despacio, lo bendeciré despacio, y daré gracias a Dios, despacio, por haberme dado tal placer: el de la libertad masticada y gustada como alimento –vitamínico y espiritual– para mi alma (11:39:15).

domingo, 22 de noviembre de 2020

 22 de noviembre de 2020. Domingo.
PAZ INTERIOR

Llorando, por la pandemia, Salzillo. Murcia. F: FotVi

-El grupo de los ancianos –Casa Sacerdotal– hemos celebrado hoy, por fin, una misa presencial, como un regalo de Dios que aún nos permite hacer estas cosas hermosas, y tan útiles para el alma. Pero también para el cuerpo: nos libera de nuestros demonios más o menos feroces, destructivos, los que arden y nos queman en el quehacer de cada día. Ejemplo: el demonio de la soledad, la otra pandemia enclaustrada dentro de nuestros miedos, de nuestra debilidad entre rejas. Hay demasiados demonios en este jardín del Edén de nuestro interior: el demonio de la duda, el la inseguridad, el que mueve –con amenaza de derribo– las columnas del templo de nuestra vida, y hasta está el demonio híbrido: el que lo mismo te aconseja que hagas esto y lo contrario, y que, con sonrisa de pícaro, aletea a tu alrededor con lisonjas y contrariedades, que, a la postre, son sólo humo de incensario. Todo a la vez. Como dice Leila Guerreiro, escritora: «En un mundo que parpadea sin ganas», la ilusión parece una vela que no alumbra, y que, en vez de luz, irradia sombras, hartazgo, tedio. Con todo, hoy ha venido la celebración de los mayores –¿en saber y en gobierno?– a reconfortarnos, a encender una luz, aunque sea de luciérnaga, en la oscuridad, a hacer que la compañía entre hermanos se haga comunión, fiesta, acción de gracias, eucaristía que reconforta, y realizar así, como dice San Pablo, «el crecimiento del cuerpo – de la iglesia– en la verdad y el amor». Dios revive así, Diario, lo que la pandemia y su corte de voceros tratan de matar, de asolar, sin conseguirlo; es decir, nuestra paz interior, que es el descanso confiado en Dios, el Rey que solo ha venido a servir (18:13:17).

sábado, 21 de noviembre de 2020

21 de noviembre de 2020. Sábado.
ESPERANZA INFINITA

Fuente de agua fresca. Las Palmas. Gran Canaria. F: FotVi

-Me he despertado con un nudo de desesperanza en los ojos y en el corazón. Vamos echando días atrás –me he dicho–, como el que va dejando paisajes y pañuelos de despedida en el viaje de la vida. Es aburrido, con el pañuelo en la mano, estar siempre despidiéndote de todo aquello que te animaba y te daba vida. Aquella vida sin mascarilla y libre, fecunda, bella como una perla, bella como el silencio que queda tras leer un verso perfecto, hermoso. «Serán ceniza, mas tendrá sentido; / polvo serán, mas polvo enamorado». Quevedo. Aquella vida, ¿volverá? Y, de pronto, al leer –siempre es un lujo para el espíritu hacerlo–, me doy con esta oferta, callada, de esperanza: «Debemos aceptar la decepción finita, pero nunca perder la esperanza infinita». Autor: Martin Luther King Jr. La decepción es limitada, por muy larga y extensa que se haga. La esperanza, sin embargo, se alza sobre los horizontes y toca el otro lado de las cosas, donde se oculta la felicidad, siempre difícil de alcanzar, pero asequible. El Dios secreto, oculto, el Dios de los silencios, se abre cuando apremia la necesidad; es decir, cuando los nudillos del amor llaman a su puerta y abre e ilumina, con su presencia, los ojos del que le mira y el corazón que le suplica, y llena de esperanza, Diario, el odre de nuestra oración, sin medida, hasta desbordarse, como una cerveza, muy fresca, servida por Dios: cerveza amor, que calma toda sed (12:35:34).

viernes, 20 de noviembre de 2020

20 de noviembre de 2020. Viernes.
VELAR

Oración blanca en el azul. Torre de la Horadada. F: FotVi

-Esta mañana ponía yo en mis labios esta oración nacida de la fragilidad –que, como dice San Pablo, te hace fuerte–, y de la esperanza, que consiste en intentar tocar la plenitud con los dedos de la fe. Decía yo: «Vela, Señor, sobre mis pensamientos, palabras y obras, a fin de que mi día sea agradable a tus ojos». Le digo al Señor que «vele», no que me imponga, no que me obligue –Dios respeta toda libertad–, sino que custodie mis pensamientos, origen de mis decisiones, pues ellos son el bosquejo de lo que serán luego las palabras. Toda palabra es antes idea, una sensación, en la que se concreta lo que antes fue reflexión. La palabra capta una idea, la envuelve en letras, sílabas, las hace sonido, voz que se dice, que comunica, agitación en la boca: mensaje que habla. Y la palabra, así inspirada, se hace obra, conclusión atónita, creación, objeto maravillado, dicho. El trabajo, la faena, cualquier obra, pues, es la palabra que da a luz, que ilumina lo nacido de su vientre, que lo hace cosa con nombre, o apellido que califica al nombre. Tener nombre es tener identidad, saberse cosa que existe: como agua, viento, pájaro, sueño, mar, gracia, santidad. Si Dios «vela» mis pensamientos, Diario, las palabras que broten de ellos serán palabras aseadas, sin tachaduras importantes, palabras que realizarán la obra –afán, trabajo, zureo– «agradable a los ojos de Dios» (13:13:08).

jueves, 19 de noviembre de 2020

19 de noviembre de 2020. Jueves.
COLOR DE FRUTA OXIDADA

Bruma en el cielo, bruma en la tierra. Torre de la Horadada. F: FotVi

-Este día gris, con neblinas bajas, casi a ras de calle, me recuerda el miércoles de ceniza, día del borroncito oscuro –una raya de noche– en la frente del creyente, y con el que da comienzo la cuaresma. Tiempo este de oscurecimiento del cuerpo, y brillo, llameante, del espíritu. Es lo que me lleva pensar en que alguna vez no estaría de más recordar de dónde venimos y a dónde vamos: que somos ceniza, residuo, el resto de lo que ha ardido. Un montoncito, gélido, de nada, con alma. Dejar, por momentos, los humos y acudir al fuego, abandonar la soberbia, la altivez, y darle forma, entidad, a lo humilde, a nuestro origen desnudo. «Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo allá retornaré», dice Job; y sigue: «Dios dio. Dios quitó. Sea bendito el nombre del Señor». Es la alabanza que nace de la ceniza, del abatimiento, de la escoria, porque la vida puede más: la vida –con la fe– «mueve montañas», sacándolas de sus cimientos. Como dice Luis Rosales en su libro La casa encendida: «Es un sonido de algo interior que vibra», que aletea, y vuela. Este día de comienzo gris, como de color de fruta oxidada, debiera hacernos recapacitar en nuestra debilidad, en nuestro origen arcilloso. Sobre todo a los que se consideran grandes de la tierra, o señores de la banalidad: como jueces sin justicia, mitrados con dogmas y tal vez sin evangelio, políticos montaraces, inciviles, en Falcon o con moño respingón, ridículos actores del teatro del absurdo de Beckett, el que esperaba a Godot, sin caer en la cuenta, Diario, de que Godot –Dios– podría estar en sus personajes, pensando, riendo, tal vez llorando –ejemplo– por la nueva Ley Celaá –muestra destructiva de cómo la ideología mata la fraternidad, la igualdad, la libertad–, y soñando en un mundo nuevo, armónico, sin tintas negras en el rodar de su historia; un mundo, sencilla y hermosamente, habitable (12:35:42).

miércoles, 18 de noviembre de 2020

18 de noviembre de 2020. Miércoles.
SONIDOS ILUMINADOS

Bóveda con música, iglesia de la Anunciación. Nazaret. Israel. F: FotVi

-Esta mañana, en Laudes, la música cantaba a Dios –en mis labios–, y sonaba así en el Libro de Judit: «Alabad a mi Dios con tambores, / elevad cantos al Señor con cítaras, / ofrecedle los acordes de un salmo de alabanza». La música es acorde, conjunción armoniosa de instrumentos y voces, compás, medida, sonidos iluminados. La música nunca fue Babel; es decir desorden o anarquía, laberinto. Negrura en sus compases, desajuste de sonidos. La Biblia es muy sensible a la música y a la belleza que ella sublima. Dice el Génesis (4:21) que Jubal –nombre arroyo, corriente, música–, hijo de Ava, y descendiente de Caín, fue «padre de todos los que tocan arpa y flauta». En la Biblia y en los libros clásicos se dice que hasta los pastores tenían su lira, su flauta hecha de cálamo, de caña. Y cantaban a Dios o a su amada. En la Biblia, Dios es el receptor de las flechas armoniosas y líricas del amor. San Juan de la Cruz, en el Cántico Espiritual, hace instrumentos musicales a los «ríos sonorosos» y al «silbo de los aires amorosos», y a «la soledad sonora». La soledad, pues, utensilio de melodía, arpa de muchas cuerdas, música íntima, mística. O como la llama san Juan de la Cruz: «Música callada», la que se hace –en la paz de los silencios– de latidos, de oleadas de sangre, que saltan del corazón a la boca, y de la boca –hecha palabra, río de sílabas, acontecimiento de tildes y significados, de asombros y rezos– al concierto del espacio y del tiempo, donde habita –dicen los santos– el Señor. Donde habita, Diario, el Señor de los silencios insistentes, pertinaces, silencios que solo escuchan las almas puras y de corazón sincero, abierto, sin cerraduras ni negaciones vanas, idolátricas (12:58:40).

martes, 17 de noviembre de 2020

17 de noviembre de 2020. Martes.
TODAS ESAS LUCES

Disponiéndome a escribir, en mi antiguo estudio. T. de la Horadada. F: FotVi

-Ser ciego, y, de pronto, ¡ver la luz! Encandilarse de claridad, contemplar el movimiento, la verdad de las cosas: mirar un paisaje, mirar un árbol, mirar el mar, el rostro de un ser querido, la sonrisa de un niño –toda destellos–, la vibración celeste de las estrellas incendiadas. O la inmensidad sin fin: la noche del sueño y el grillo, de las sombras y las galaxias. Todas esas luces. Salir de la noche y meterte en el día, su gran dimensión, sin tener que tocar las cosas para reconocerlas, o solo con el otro tacto: el del silencio elocuente de los ojos. Andar de ciego por el mundo y, de pronto, oír una voz que dice: «Ve –de ver–, tu fe te ha salvado». Ve, percibe, distingue, otea, lee. Es un mandato. Y ves y percibes y distingues y oteas y lees, y llenas tu espíritu. Cambio de cromos, dice Jesús: tú me das tu fe y yo te doy la visión: hago el prodigio, te enseño a andar sin bastón, a tocar y gustar las cosas con el dulce sigilo e intimidad de los ojos. Los ojos ven, y al ver, gustan, paladean, se relamen, contemplan. La luz es el sabor de los ojos. Los ojos preceden a las manos y a los deseos. Y si miran para adentro de uno mismo, sin el qué dirán humillante que anda por fuera, siempre, Diario, ven a Dios, como el hacedor de la justicia, como su incendio original, donde todo es equidad y liberalidad, afectividad (12:43:30).

lunes, 16 de noviembre de 2020

16 de noviembre de 2020. Lunes.
AMO LA LUZ

Porque hay luz, se ven las sombras. Torre de la Horadada. F: FotVi

-Decía el sabio: «Amo la luz y amo las sombras»; las sombras, como el humo, son señales infalibles de que hay luz. Donde crece un árbol, hay luz y hay sombras. La luz nutre al árbol, le da vigor, lo ennoblece de hojas y nidos. Y el árbol, generoso, da su sombra al hombre y al león, a la risa y al llanto: alivia la lumbre del desierto. El ser humano es un fanal de luz y sombras, una lámpara encendida que no evita las tinieblas que él mismo produce. Pero no olvidemos que antes de las sombras está la luz; la Gracia –Dios– precede siempre a la noche del alma. La gracia está a la espera de una llamada, de una insinuación, para inundar de luz el paisaje de nuestra vida, y hacer habitables sus inhóspitos desiertos. No nos ofusquemos con las sombras, abramos las ventanas del alma a la luz. Demos gracias por las sombras, que nos dicen que hay luz. Como decía Eckhart, filósofo y teólogo alemán: «Si la única oración que dices en toda vida es gracias, será suficiente». Ni la negrura de la pandemia, ni Sánchez y su cohorte, ni los afines ni los contrarios, ni la política ni sus mentiras, nada nos podrá apartar, como dice San Pablo, del amor de Dios, que se manifiesta, Diario, en Jesús Señor nuestro, el maestro y samaritano, el amigo y dador de vida, el Humilde andariego (12:26:45).

domingo, 15 de noviembre de 2020

 15 de noviembre de 2020. Domingo.
TU BIENAVENTURANZA

El sol se parte, para todos. De viaje hacia Croacia. F: FotVi

-Ayer, el día tenía el color del ojo vidrioso de un pez muerto. Era un color aburrido, cansado, fatídico. Hoy, por el contrario, el día da señales de incendio, de incendio contenido. Son llamas de plata, llamas blancas, que amortiguan el calor. Pero, como las del amor, son llamas blancas que calientan a quien las tiene cerca. Hoy, día del Señor, se nos invita a amar. Amor en todas direcciones, sobre todo en la de la pobreza, donde hace su cabaña Dios, su mansión más lujosa. La pobreza es la ostentación de Dios, por eso su culminación es la cruz, en la que Jesús crucifica todo egoísmo e idolatría, todo canal sucio de la avaricia, toda malversación de fondos. Jesús es, en la cruz, el «pobre pobre» del que habla Pablo Neruda en su poema Al difunto pobre. Hoy la iglesia celebra la Jornada Mundial de los Pobres. Lema: «Tiende tu mano al pobre». Con las palabras y las manos se hacen todos los milagros que nacen de la generosidad. Lo que dicen las palabras, lo hacen verdad las manos. Son tiempos de debilidad, en los que lo frágil se quiebra, se hace necesidad, y, en muchos casos, llanto de familia. Falta el trabajo, la cercanía de los seres queridos, el aislamiento, y estamos enfrentados al miedo, al sufrimiento, a la inseguridad. Por eso: tiende tu mano llena de generosidad y ponla en la mano anhelante del pobre, en su bocado de pan, en la hipoteca o el alquiler que pagar, en los libros de los niños. Hoy, Diario, pon tu bienaventuranza –la de poseer–, en la bienaventuranza del pobre, la de recibir, y así nivelarás la justicia, la harás equidad, partirás y compartirás tu Amor, y harás más indulgente y cercana la mirada de Dios (18:18:50).