8 de febrero de 2021. Lunes.
LA MONEDA DEL TIEMPO
LA MONEDA DEL TIEMPO
-Ayer sol y hoy nublado, o el haz y el envés de la moneda del tiempo. El
tiempo, caprichoso, según vengan o vayan las isobaras, nos trae, con violencia
a veces, más sosegado otras, estos cambios. Pero todo es necesario en el
acontecimiento, feliz y excelso, irrepetible, de la vida. Se trata de vivir, de
ir redimiendo el pasado, y preparando, con luces de auroras nuevas, el futuro. El
viernes, el viento nos trajo el desierto a la ciudad, se instaló en plazas y
jardines, en los tejados; sin lluvia, nos invadió su fina y dorada arena. Esta
vez no llovió barro; pero sí nos cayeron pequeñas partículas de erial: arenilla
por donde habrán caminado el alacrán y el lagarto, y alguna vez, el agua. El
desierto, con lluvia escasa, toma vida y la convierte en tenue florecilla, para que pueda decir el salmo: «Los collados se orlan de alegría». Israel nació en el
desierto, y, de ahí, brota toda su historia posterior, como recuerdo y como
aliciente, como resorte salvador. Dios acompaña. Tal vez, como Israel, estemos
viviendo nuestro tiempo de desierto. Es posible –¿Por qué no?– que de este
desierto en el que vivimos ahora (pandemia, políticas oscuras –destructoras
algunas–, agonías, turbaciones, pérdida de seres queridos, soledad, manos
humedecidas de gel hidroalcohólico, grandes colas del hambre, desolación), es
posible que ese desierto sea «el signo de la salvación final», pues como dicen
Isaías y Mateo: «El Mesías siempre aparece en el desierto». Corrigiendo con
humildad de aprendiz a Adonis, poeta sirio, yo diría: «Si la noche hablara, /
anunciaría el día». Estamos viviendo una noche larga, en una oscuridad que grita,
pero el Espíritu nos alienta, y nos dice, Diario, que: «Con fe, saldremos de esta». Fe
que espera y manos que se afanan: el «ora et labora» del monje benedictino (18:15:39).