15 de enero de 2021. Viernes.
EL PEOR CALIFICATIVO
EL PEOR CALIFICATIVO
-Hablemos de
calificativos. El peor calificativo que le podemos indilgar a alguien es
llamarle anticuado. Sólo el vino se lo permite. El anticuado es retrógrado, un
ser que se quedó parado en el tiempo, alguien que envejeció antes de abrir los
ojos por primera vez a luz del día. Al anticuado se le pararon los relojes. Y es
triste, pudiendo llevar el corazón como un aleteo en la boca, soltando palomas
como saludos, andar de antiguo por la vida. Sin embargo, hay cosas que son
viejas y no han perdido el lustre de la juventud, por la sencilla razón de que
tienen un sueño y una iluminación e ilusión nuevas cada minuto del día. Llevan
el pensamiento lleno de proyectos, de ideas atrevidas, y meten las manos en
cualquier obra como si aún fueran niños haciendo castillos en la arena de la
playa, solo que son castillos de realidades humanas, lúcidas, evidentes. Castillos que perduran. El
cristianismo es eso: una verdad muy antigua, pero que sabe, si la catas, a
juventud, a manzana recién cogida del árbol. No obstante los siglos que lleva sobre su espalda. El cristianismo es una fuente que siempre mana. Mana novedad
en el amor, que, desde la cruz, siempre es resurrección en el pobre, en el
desvalido, en el que cae y pide una mano que le ayude a levantarse, el que se
siente leproso de sí mismo. Cristo dividió así el evangelio: para el prójimo,
el amor, el respeto, la delicadeza; para uno mismo: la cruz, el vencimiento
propio, el servicio, el testimonio. El Espíritu Santo dice por boca de San
Pablo: «No os acomodéis a este siglo, sino transformaros por la renovación de
vuestra mente, para que podáis conocer la voluntad de Dios, buena, grata,
perfecta». Es la mente, Diario, la que renueva el corazón y lo hace juventud, libertad,
vuelo nuevo, realidad siempre naciente. Y así es el cristianismo, aunque a veces no lo parezca (17:54:00).
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