11 de enero de 2022. Martes.
EL GRAN MUSICAL DE DIOS
EL GRAN MUSICAL DE DIOS
-Dios me ha oído y ha mandado la lluvia. Y me he dicho con fe en los
labios: «¡Dios oye!» Yo os invito hoy a oír el latido de las cosas. El latido
del mar, del ave, de un árbol; el latido de la tierra en una roca, en el
trigal. Si pones el oído atento –cuidadoso, vigilante– en el pecho de un ave, quizá
oigas más allá de la vida del ave, quizá oigas la vida del mundo. E incluso el
propio latir de tu vida. Creo que intentar oír el latir de las cosas es un modo
de acercarse al cómo sonaría el soplo –la palabra– de Dios en el principio de
los tiempos, cuando el Big Bang o creación primera, cuando las cosas no eran ni
esto ni aquello, sin color y sin forma, sino palabras que se decían y empezaban
a latir, con vida. ¡Los latidos primeros del mundo, con los que daban comienzo
los sueños! Oír latir las cosas, es un modo de amarlas. Si oyes música, la
música te invade, te puebla, y acabas por amarla, dándole unos latidos de tu
corazón. Si oyéramos el latir, el tañer de la tierra, no la maltrataríamos, ni
al resto de cosas que alientan y viven a nuestro alrededor. Dice Rilke, poeta: «En
la obra que hago soy verdaderamente yo»; glosando a Rilke, yo añadiría:
«En la cosa que oigo latir, oigo mi propio latido». Recuerdo haber leído en la
prensa hace algún tiempo: «El Tribunal Federal de Texas ha ratificado una ley
“pro-vida” que exige a las madres que vayan a abortar, escuchar antes latir
el corazón del feto por ultrasonidos». Se trata de oír –sólo oír– aquello que
con el aborto va dejar de ser, de estar, de vivir. Suprimir un latido de feto
debe ser como silenciar una bella e insustituible nota vital en el concierto de
las cosas del mundo; como romper en el gran musical de Dios, Diario, un
Stradivarius –quizá bellísmo e irrepetible– de vida humana (12:13:48)
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