27 de enero de 2022. Jueves.
EN EL ESTANQUE
EN EL ESTANQUE
-Cuando pienso en el prójimo, solo pido poder amar a Dios. El amor a
Dios me llevará a amar a los otros, inevitablemente; siempre el amor a Dios es un
amor expansivo, como el efecto de la piedra lanzada en el estanque: el impacto
de la piedra hace que se abran círculos concéntricos en la superficie; círculos
que, mientras dure el influjo del inpacto, se propagarán sin fin. Si doy en el
amor de Dios con el impacto de mi amor, lo agitaré y se propagará incesantemente.
Mi amor con el suyo serán eternos, por ser Él infinito. El amor
de Dios no se agota, no perece. «Perdura a pesar de todo», dice San Pablo. Si por el contrario, mi amor da en mí mismo,
sólo en mí –amor egoísta–, se hará cerco sellado, amor punto y final, no amor
punto y seguido hacia todo y hacia todos. Y en este caso, la piedra arrojada en
el estanque será piedra que se hunda, sin recorrido, dejando sólo un punto de
ombligo –fatídico– en el agua. Punto en el que se complace el narcisista, hasta ahogarse en
él. Dijo Platón: «El amor es la alegría de los buenos, la
reflexión de los sabios, el asombro de los incrédulos». ¡Ah! ¡Amar a Dios y
dejarse expandir en Él, hasta dar en el prójimo! El amor a Dios se hace
realidad –costosa a veces, sangrante–, en el amor al prójimo. En el cristiano,
Diario, el amor al prójimo es imprescindible para amar a Dios, pues Dios, en
esencia, es Amor; es decir, total donación (11:29:43).
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