5 de enero de 2022. Miércoles.
PERO VIENEN
PERO VIENEN
-Cada víspera de Reyes pido bajar hasta la sencillez o la humildad –ese
escalón menos de lo que tú crees que eres– y hacerme como niño. No niño tonto,
ni consentido, ni airado por nada, sino niño como Dios manda, niño con
capacidad de asombro y de clamar «¡Oh!» ante el mundo y sus maravillas:
castillos en el aire, quizá, tan frágiles como puedan serlo los cuentos, pero
tan hermosos que crean esperanza y ponen risas en los labios; niño dispuesto a
creer en los Reyes Magos, que, aunque parezca que no existen, vienen sin
embargo, y lo hacen con oro, incienso y mirra –la mirra, o el carbón de la
vida– y que llegan además con camellos y pajes, y sueños, que son la base para no
morirse de mayor y de cenizo, o de filósofo pesimista –Camus, Unamuno…–, y aun
de intelectual malsano y lúgubre. Yo a los Reyes, además de clarividencia y paz
interior, y sosiego del espíritu, sólo les pido que pasen, aunque no me dejen
nada; que pasen para seguir creyendo en ellos, que, aunque parece que no existen –insisto–,
pasan. Porque cuando pasan y los oigo, me quito años de encima, y así, un año
más, sigo siendo niño y no mayor; niño con fe y sueños, y espejos en salones
muy largos, para, tras los espejos, poder ver la otra clase de vida que vivió
Alicia en el país de las maravillas, maravillándose. Qué quieres, Diario, a mí la
noche de Reyes me hace ser tan niño y con tanta sabiduría que me parece ser
mayor, cosa que rechazo, porque pienso que si dejo de ser niño dejaré de creer en
los Reyes Magos y se me hará así la vida un cabreo insoportable, y cuando se me llenen los ojos de maravillas, no podré exclamar nunca más: «¡Oh!», con
ojos de niño y lleno el corazón de paz, y de amor por todo (11:20:50).
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