25 de enero de 2022. Martes.
DENTRO DE UN ABRAZO
DENTRO DE UN ABRAZO
-La noche ha roto su cristal y ha llovido. «Agua y noche: todo cristal
fluyendo», me he dicho. Luego el sol ha ido rompiendo la madeja de las nubes, y
ha salido susurrándose, sin decirse del todo. Como un pincel que dudara en el
trazo. Luego ha ido dando saltos de nube en nube, dejándose ver sólo al saltar,
como el pájaro que vuela de rama en rama, y canta. Leo un verso de José María
Álvarez, poeta cartagenero: «Llueven gotas de enero tras la ventana», haciéndome añorar el tiempo
aquel de niño en el que oía caer la lluvia en la calle y en el tejado, y en la
gotera de la casa, tan cerca estaba todo de mí; o dentro de mí; todo en mi
interior: la tierra, el viento, el rumor de la savia del árbol, el pájaro y sus
melodías, los silencios que rezaban. Yo miraba y oía, y todo era en mí asombro,
enseñanza, aprendizaje. Y era feliz, recuerdo; aunque alguna vez llorara, o
muchas, no sé, siempre había alguien a mi lado que, dentro de su abrazo, me
consolaba. Recuerdo haber leído a un Nobel judío decir esto tan hermoso y
agradecido: «Cuando rezo, yo hablo a Dios; cuando estudio, Dios me habla a mí».
Escuchar, mirar, sentir la naturaleza, su terrible belleza a veces, su modo de decir, es una manera
de escuchar el lenguaje de Dios, que se dice en el sol, en la lluvia, en la partícula,
en la garza, en el mar, en la mirada inquieta y aplicada del niño. La acacia
florecida también me habla de Dios; en todo, Diario, si prestas atención, verás
escritos, como en un pergamino, los silencios –tan excitantes– de Dios (17:44:48).
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